lunes, 26 de agosto de 2013

Sobrevivir al autor.

Existen algunos personajes que, una vez fallecidos los creadores que les dieron vida y empujados por el éxito y el ansia de las editoriales por exprimir hasta la última gota dicha buena estrella, son heredados con mayor o menor éxito por otros autores, llevando al propio personaje a una dimensión diferente.

En este caso se encuentra el inolvidable y archiconocido espía al Servicio Secreto de Inteligencia Británico, y cuya “licencia para matar” fue descrita por Ian Lancaster Fleming. Evidentemente, estamos hablando de James Bond y su 007.


El autor usó su experiencia como asistente en el Servicio Secreto Británico para dar forma a sus novelas. Aunque seguramente no llegó a imaginar Fleming cuando creó a su personaje (el nombre de James Bond lo tomó de una persona real, que se dedicaba a una profesión bien alejada de la mística del espionaje: ornitólogo) el éxito que llegarían a alcanzar sus novelas (en total 12 novelas y 9 cortas) y el éxito de las adaptaciones cinematográficas.

Una vez fallecido Ian Fleming, en 1964, el editor decidió no dejar incompleta la historia que estaba escribiendo (“El hombre con la pistola de oro”), y contrató a otro autor para que tomase el borrador original y diese forma a la novela definitiva. El trabajo lo realizó Kingsley Amis, aunque las malas lenguas hablan de que contó con la ayuda de otros autores.

Ése fue el principio de la eternización del incombustible 007, que sobrevive década tras década a villanos de diferentes nacionalidades y a las diferentes modas. John Gardner, Charlie Higson y Raymond Benson también pusieron sus talentos al servicio del personaje imaginado por Fleming, siendo el último en sumarse a la lista Sebastian Faulks, que en 2008 publicó “La esencia del mal”.

Es difícil determinar si, una vez fallecidos los autores que los idearon, serían bien recibidas las adaptaciones que sufrieron sus personajes. Aunque en determinados casos es más sencillo llegar a la conclusión de que el autor original se podría sentir decepcionado. Quizás se sentiría de esa manera Margaret Mitchell, ya que se había negado en vida a dar continuidad a la única novela que escribió en su vida: “Lo que el viento se llevó”.

La inolvidable historia de Scarlett O´Hara y Rhett Butler, y sus desventuras en la Atlanta del siglo XIX lograron una trascendencia enorme tanto en la literatura (en vida de la autora logró vender ocho millones de ejemplares y se tradujo a nada menos que 30 idiomas diferentes) como en la exitosa adaptación cinematográfica, fue retomada casi 60 años después de su publicación, y más de 40 después de la muerte de la autora, por Alexanda Ripley.

La escritora heredera de dichos personajes, sabedora de la escasa ética mostrada tanto por los descendientes de Mitchell como por ella misma, declaró: “Estoy intentando prepararme para el odio universal contra lo que voy a hacer. Sí, Margaret Mitchell escribía mejor que yo, pero está muerta”.

El éxito de ventas de “Scarlett” fuese cual fuese la calidad de lo escrito y una sustanciosa cuenta corriente para los días que le restaban estaban absolutamente garantizados.

Años más tarde, con menor repercusión que el anterior libro, Donald McCaig retomó la historia original para centrarse en uno de los personajes y sacar a la venta la novela “Rhett Butler”. Los dos millones de libros que vendió en dos meses en su país de origen (EEUU) dan buena muestra de lo rentable que suele ser retomar ciertos personajes.

También nos podemos encontrar con disputas por la conveniencia o no de la aparición de personajes célebres en segundos libros.

Así, Holden Caulfield, uno de los más recordados personajes de la Literatura del siglo XX, y protagonista de la más exitosa novela de Jerome David Salinger, “El guardián entre el centeno”, fue objeto de una enconada lucha entre el propio autor y su editorial contra un escritor desconocido sueco (Frederik Colting) que tomó como protagonista de su novela al propio Holden y situó la acción 60 años después de la original, cuando Holden escapa de una residencia de ancianos y regresa a los escenarios iniciales.

Seis meses antes de su muerte, Salinger consiguió una victoria al detener la publicación de “60 años después: volviendo al centeno” en EEUU, aunque tras la muerte del autor, un acuerdo con la familia echa por tierra los deseos del creador.

Hay un caso que reúne prácticamente todas las reacciones en cuanto a la conveniencia o no de ampliar una saga. Se trata de los personajes que creó Mario Puzo para su novela "El padrino", publicada en 1969, y que sirvió de base a la exitosa trilogía cinematográfica dirigida por Francis Ford Coppola.

Se da el caso de que el propio Puzo autorizó una única secuela de dicha obra, que escribió y publicó el autor Mark Winegardner y que fue publicada tras la muerte de Puzo, concretamente en 2004. Llevó por título "El padrino. El regreso" y recibió una tibia acogida tanto por parte del público como por parte de la crítica.

Los herederos de Puzo, titulares de los derechos de autor del escritor neoyorquino, decidieron hacer caso omiso a los deseos de su exitoso ascendiente y volver a permitir al propio Winegardner la utilización de los personajes creados por Mario Puzo para ampliar la serie y en 2006 se publica "El padrino. La venganza", obra que a pocos lectores logró dejar satisfechos.

La insistencia de la familia de Puzo en entregar los derechos de dicha saga a proyectos de dudoso gusto los llevó a un enfrentamiento con Paramount Pictures, empresa propietaria de los derechos cinematográficos de la serie y particularmente de un borrador de guión realizado por Puzo que no llegó a convertirse en película.

A juicio de la Paramount, la proliferación de novelas de escasa calidad no conseguía otra cosa que perjudicar sus propios intereses, e intentaron frenar la publicación de otra entrega, en este caso escrita por Edward Falco y basada en dicho borrador de guión. No consiguieron su objetivo, ya que "The family Corleone" salió a la venta en 2012.

En definitiva, hay autores que probablemente no lamentasen que sus personajes pasasen a diferentes manos, pero la lógica nos lleva a pensar que lo habitual es lo contrario, que sintiesen que sus creaciones fueron usurpadas y llevadas a un nivel no deseado, llegando en ocasiones a resultar copias de una calidad demasiado inferior al original.